ENCADENADOS A LA QUEJA

21.07.2021

Muy a menudo, las personas invertimos demasiado tiempo y recursos a lo largo del día en quejarnos. Nuestra insistencia en contemplar únicamente el lado negativo de lo que nos sucede puede llegar a parecer insana. Organismo y psicología se resienten. La interpretación de los acontecimientos resulta condicionada e influye en nuestro comportamiento, reforzando un círculo vicioso que termina cobrando vida propia y adueñándose de nuestra voluntad. La queja constante se consolida en un hábito poco productivo que nos pasa factura a corto, medio y largo plazo pudiendo cristalizar en serios problemas para la salud individual y colectiva. 

El Diccionario de la RAE define la queja como una expresión de dolor, pena o resentimiento. Bien es cierto que quejarnos a su debido tiempo, en un contexto y forma adecuados, es útil para manifestar nuestro descontento respecto de alguna cuestión que deseamos que cambie. Y, sobre todo, sirve positivamente de catarsis. Nos ayuda a eliminar tensiones internas, liberándonos de aquello que nos agita al compartir nuestra carga con los demás: Reclama el apoyo de nuestra red social. La verdadera problemática comienza cuando la queja continua e indiscriminada se traduce en un estilo que define al individuo, convirtiéndose en su marca personal. Cuando nos resignamos a convivir con la queja, normalizando el afecto negativo como parte natural de nuestra idiosincrasia. Nos situamos, entonces, en una posición de pasividad que nos lleva a hacer depender nuestra felicidad de terceros. O de la bondad o la maldad subjetivas que suponemos inherentes a los sucesos que vivimos, renunciando así al control y a la hegemonía de nuestra propia felicidad. Como consecuencia de esta negatividad, el sistema inmune se debilita, nos convertimos en terreno abonado para el estrés y la ansiedad, habilitando un marco incomparable para la depresión.

Por otro lado, nadie quiere una persona a su lado que se encuentre abonada a la queja constante. Las emociones se contagian y las personas requerimos de la esperanza para continuar viviendo. Nos agrada sentir que nuestra existencia se compone de una experiencia de éxito razonable. Y que nos rodeamos de personas que también se esfuerzan proactivamente para que su vida sea mejor. El coste social de vivir continuamente enfadado con el mundo, en un plano quejicoso, se relaciona directamente con el aislamiento y la soledad. Además del aprendizaje vicario que fomenta en los más pequeños y en las personas más frágiles, con menos recursos emocionales, de nuestro entorno.

La Psicología Positiva nos recuerda que todo ser humano alberga en su interior un capital ingente de recursos personales que posibilitan la consecución de su equilibrio y su felicidad. Desde esta perspectiva, podemos elegir activamente ser protagonistas de nuestra propia vida o simples observadores que asisten desapasionadamente a un raído largometraje desde el patio de butacas. Es conveniente recordar que podemos seleccionar el prisma con el que aproximarnos a las cosas. En lo que depende de nosotros, y salvo los grandes imponderables de la vida, poseemos la virtud de influir sobre aquello que deseamos que aparezca en nuestra biografía y de descartar aquello que no nos sirve. En cierto modo, somos humildes y sencillos demiurgos que moldean su trayectoria con un amplio margen de mejora para definir nuestro mejor mapa vital posible. Podemos transformar nuestros fracasos en aprendizajes, reeducarnos a la hora de valorar las cosas sin necesidad de tener que perderlas previamente o de "tocar fondo". Indudablemente la vida dispone pero somos nosotros, en último término, los que decidimos qué hacer con lo que nos sucede: si contemplamos únicamente las aristas o también incluimos las formas redondeadas. Abandonemos la queja desmesurada y repetitiva como un mantra. Reflexionemos y actuemos en consecuencia, avanzando hacia un espacio de concordia con nosotros mismos y los demás. Este es el mundo que nos ha tocado vivir y lo estamos construyendo entre todos... 

La Casa de la Psicología Positiva