EL EGO POSITIVO

El joven de dieciséis años bajó la mirada y emitió un silbido largo y grave.
"¿Será posible?", dijo mirando de nuevo de forma atenta a su profesor.
"¿Todas las guerras de la historia son simplemente eso: amor y odio?". Silbó de nuevo, alucinado.
"Millones de personas, bombas, terror, destrucción y refugiados..., ¿son sólo emociones?
¡Todo el planeta flota en una masa de emociones!".
JACOB NEEDLEMAN, Schools with Spirit.
En 2007, el psicólogo Kipling D. Williams llevó a cabo uno de los experimentos sociales más impactantes y reveladores acerca de la verdadera condición humana. Sobre la importancia que tiene para nosotros sentirnos aceptados y la fragilidad que exhibimos ante el rechazo social. La situación es la siguiente: dos actores se encuentran en una sala de espera. Una tercera persona, completamente ajena a lo que se cuece entre bastidores, entra en ella. Las dos primeras comienzan a pasarse divertidamente una pequeña pelota e, inesperadamente, deciden hacer partícipe del juego al recién llegado. Pocos minutos después, sin motivo aparente, deciden excluirle del mismo para continuar la diversión entre ambos, ante la cara de estupefacción y la turbación del tercero.

Esta ingeniosa simulación permite entrevistar, más tarde, a los involuntarios protagonistas y preguntarlos acerca de cómo se sintieron en el momento. Prácticamente, la gran mayoría de los encuestados refieren sentir un malestar y un dolor emocional bastante acusados, pese a ser conscientes de lo trivial de la situación. Algunos de ellos, incluso, llegan a compararlo con situaciones de dolor físico intenso y padecimiento extremo. Pero lo más curioso de todo es que su malestar no se mitiga cuando los experimentadores, en un intento de llevar más allá su investigación, le confiesan que los dos primeros eran miembros activos del Ku Klux Klan o que la pelota no era tal, sino una bomba que podía explotar en cualquier momento y querían evitarle que perdiera el juego (Winch, 2014).
El ego humano es material altamente inflamable. Esta es una dolorosa verdad que va haciéndose más tangible a medida que vamos peinando canas y permanecemos atentos a las circunstancias que nos rodean a diario. Pero también lo es el incremento de nuestra capacidad para saber identificarlo, gestionarlo y convivir con él. La psicología tradicional insiste en que el ego (yo) no es otra cosa que un reconocimiento consciente de nuestra propia identidad, de nuestra esencia más profunda en cada momento vital. Y éste es siempre dinámico, necesariamente. El problema muestra su cara más amarga cuando el rechazo, la envidia, el dolor físico y psicológico o el menoscabo de nuestra autoestima, nos convierten en esclavos de su dictado. Se despierta, entonces, su lado más competitivo, obtuso y arrogante.

El ego desbocado no entiende de mesura, ni de equilibrio: nos viste de orgullo, desprotección y vulnerabilidad, aportando una ingente cantidad de víctimas a nuestro paso, comenzando por nosotros mismos. Nos ofrece un espejismo de falsa fortaleza que nos mueve a actuar de manera irreflexiva, devolviéndonos una autoimagen inflada y caduca que resistirá, a duras penas, el paso del tiempo. Tampoco soporta el empellón de una reflexión inteligente, ni de una óptica medianamente objetiva. Nuestro ego patológico habla el idioma de la carencia, nos convierte en supervivientes y nos aleja del sosiego del aprendizaje. El lenguaje popular suele denominarlo orgullo y va de la mano de su prima hermana, la soberbia.
El ego positivo, en cambio, reside en un lugar privilegiado de nuestra geografía psicológica. Éste no se nutre de egocentrismo, egolatría, ni tampoco de egoísmo. Habla de conciencia objetiva de nosotros mismos, de posicionamiento coherente en el mundo y se encuentra en contacto con nuestras virtudes, fortalezas y, cómo no, con nuestras áreas de mejora. De este modo, no percibe ataques permanentemente, ni precisa defenderse por sistema.
Éste vive alineado con nuestra esencia más honesta, mostrando preferencia por permanecer en un segundo plano y con una orientación hacia nuestro propio bienestar y el de nuestro entorno. Cuando resulta perturbado, su sólida autoestima apuntalada a base de trabajo personal y descubrimiento, le permite emplear el lenguaje de la asertividad. No necesita herir, pero tampoco permite que le hieran, optando muchas veces por continuar su camino sin remover el polvo de sus zapatos. Tiene completamente clara su posición respecto de la clásica encrucijada "ser feliz versus tener razón". Suele equivocarse muchas veces, pero también es consciente del margen de mejora que tiene a futuro, por lo que no se machaca innecesariamente. Muchos se refieren a él como amor propio.
Es prácticamente imposible imaginar al ser humano sin una de estas dos facetas. Ambas se mezclan, formando espirales en las cuales debemos permanecer atentos para distinguirlas y ejercer nuestro libre albedrío a la hora de elegir el camino adecuado. Muchas veces, es el más largo y pesado, pero, en definitiva, el que más nos ayuda a desarrollar nuestra humanidad imperfecta. Nuestra felicidad más veraz siempre debe forjarse con propósito y esfuerzo, salpimentándose con algunas emociones positivas y la senda de un proyecto futuro que nos resulte atractivo...
LA CASA DE LA PSICOLOGÍA POSITIVA.